Celebrando que ayer llegué a Buenos Aires por cuarta vez en un mes y poco, vuelvo la vista hacia atrás y escribo mi post pendiente sobre la capital argentina. Curiosamente he entrado en la capital argentina por bus (2 veces), ferry (1 vez) y avión (otra más). Ahora pasaré una buena y larga temporada sin volver a pasarme por esa gran y caótica ciudad, como casi todas las capitales, al menos de un cierto tamaño e importancia. Pero antes de continuar nos pondremos en situación:
La primera vez que arribé a Buenos Aires fue de Asunción, en uno de esos típicos y ya agobiantes viajes de más de 20 horas en autobús, y que la falta de planificación tradujo en un gasto inútil por problemas que no vienen al caso y que mejor no recordar. Lo primero fue pasar la frontera de Paraguay a Argentina, y allí llegaba lo caótico ya que en el lado paraguayo nos obligaron a sacar todo el equipaje que teníamos y llevarlo a mano hasta pasar la "frontera". Una vez allí volverlo a poner todo en el autobús con un par de militares argentinos y sus metralletas y chalecos antibalas como máximo exponente. Surrealista y un tanto cómica la situación. De nuevo en el bus seguimos el viaje ya sin parar encontrando la que sería la estampa típica en los viajes terrestres por Argentina, muchas llanuras o pastos con animales campando a sus anchas y alguna población en medio, aunque en muchos tramos ni siquiera había luces en la carretera.
Por la mañana llegamos a la capital, tras pasar por delante del estadio de fútbol de River Plate, el llamado Monumental. Una vez en la estación de bus tocaba tomar el metro, llamado subte aquí, camino al hostel. La primera impresión al ver Buenos Aires es el carácter europeo de la ciudad en un modo estético, su arquitectura, o su aroma cultural, con teatros, cines y librerías por doquier. Tras hacer el check in y descansar un rato decidí ir a hacer una ruta cultural. Y así fue, llegando hasta la popular librería El Ateneo, inaugurado en 1919 y elegido por The Guardian como la segunda librería más hermosa del mundo. Y a fe que debe ser una de las más bonitas, con varias plantas en las que te puedes perder durante horas, y una cafetería en la que poder degustar una buena bebida y un buen libro. Allí pasé un buen rato aunque salí sin comprar nada, salvo unos encargos que me habían hecho desde España, y es que hay que controlarse en un viaje de esta índole. Luego tocó volver al albergue pero dando una pequeña vuelta que nos llevó al Congreso, un edificio espectacular donde se aloja esa especie difícil de catalogar; el político.
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