Hong Kong es una
ciudad especial, tanto en el plano político como en el económico. Una
ciudad que no llega a ser un Estado independiente como Singapur pero que
mantiene una identidad e idiosincrasia propias que la diferencian con
el resto del país al que pertenece, la República Popular China.
La imagen de Hong Kong, cuna de un
capitalismo de primer orden, se ha popularizado en las últimas décadas
por sus fastuosos edificios y construcciones que emergen en gran parte
en terreno ganado al mar de China por el escaso espacio de la ciudad.
Esa imagen tan icónica que nos ha llegado en gran parte gracias a
reportajes y películas es completamente cierta, pero Hong Kong es mucho
más si uno tiene tiempo y ganas de explorarla.
En el artículo de hoy nos acercaremos a
Tai O, una villa costera localizada en la pequeña isla del mismo nombre y
enclavada en el extremo oeste de la isla de Lantau a la que pertenece.
Llegar a Tai O no es difícil, en mi caso tome el metro hasta la estación
Tung Chung y al lado de la misma un autobús hasta la terminal de la
villa. El viaje dura aproximadamente una hora.
Tai O es el hogar de los tanka, una
comunidad de pescadores que ha ido construyendo sus casas sobre pilotes
por encima de las llanuras de marea de la isla. Curiosamente han hecho
que se interconecten entre ellas creando una comunidad muy unida. Hasta
la llegada de los británicos los tanka eran los únicos habitantes de la
zona por generaciones aunque con el paso de los años habitantes de
otras partes de Hong Kong se han ido asentando también en la zona.
Desde luego la visita, a pesar de que no faltarán turistas, se puede
considerar un ejercicio para purificar el cuerpo del bullicio y agobio
que se respira cada día en la ciudad y su frenético ritmo de vida. Como
es habitual en tierras chinas tocaba visitar algún templo autóctono, así
que el elegido fue el de Kwan Tai, el más antiguo, fechado en 1488, y
dedicado al dios de la guerra taoísta cuyo origen data de la época de
los Tres Reinos.
Luego tocaba el paseo de rigor por los puestos de pescado degustando
ejemplares muy ricos, sobre todo los calamares. Tras llenar el estómago
lo que tocaba era visitar el propio pueblo y esa original construcción
que posee la población, intentando no enfadar a los perros guardianes
que ya de por si tenían cara de pocos amigos aunque felizmente ninguno
de ellos llegó a pasar de los ladridos. Antes de volver a coger el
autobús se terciaba una visita por las inmediaciones del lugar, un
bucólico paisaje rodeado de mar y de montañas que dejaba una sensación
de completa paz.
En definitiva Tai O es un lugar muy interesante que merece la pena
conocer tanto para desconectar de la parte más “glamurosa” de Hong Kong
como para conocer la Región Administrativa Especial con más profundidad.