Si algo distingue a Argentina, además de todo lo que tiene, es su tamaño. Un país de un tamaño considerable y de gran distancia entre uno y otro punto del mismo. Con las infraestructuras ferroviarias en muy mal momento, para viajar hay prácticamente dos opciones, el autobús y el avión. En el primer caso el precio es mucho más económico, pero a riesgo de pasar muchas horas. Y en el segundo el precio es más caro, pero la comodidad es un factor a su favor. Nosotros para salir de Puerto Madryn elegimos la primera opción, puesto que el precio se disparaba optando por el avión. Así que nos dispusimos a tomar dos autobuses, uno que nos llevaría hasta Río Gallegos, y el otro desde allí hacia Ushuaia, nuestro destino del fin del mundo. Al final de las 30 horas previstas de trayecto (más 2 de espera en la estación), nos pasamos y llegamos a las 33, por culpa de los trámites en la frontera con Chile. Y es que hay que entrar y salir de Chile para llegar a Ushuaia, lo que es un auténtico aburrimiento y otra nueva muestra de lo endeble del concepto de las fronteras y de las naciones.
Ciñéndonos a los trámites, en la frontera estuvimos 1 hora y 3 cuartos, algo inadmisible. ¿Tanto tiempo se necesita para sellar pasaportes por mucha gente que hubiera?. Y el colmo fue hacernos bajar del autobús para pasar por un escáner, mientras parte del pasaje estaba en la calle tras la lluvia y ningún funcionario se dignaba a venir. Muy indignánte fue ese momento del viaje, que fue todo lo contrario en el momento de salir del país, todo mucho más rápido y los trámites sin tanta pega. ¿Para qué tanta pantomima si solo estábamos de tránsito?. Si la primera parte del viaje, hasta Río Gallegos fue la típica ruta argentina, la segunda fue más aventurera, por caminos de piedra en los que solo pasaba un vehiculo, obras, terreno más árido aún, y al final camino montañoso hasta llegar a Ushuaia, el fin del viaje y el fin del mundo... más o menos. Como siempre hay que matizar, no es la población más austral, pero hay que vender.
El último faro del mundo (que no lo es)
No, no es El señor de los anillos
Y no, no es Perdidos
De todas maneras, Ushuaia como concepto y como lugar no tiene nada que ver con el resto de Argentina. No me decepcionó como si lo hicieron otros lugares. Su belleza, su estructura, la diferencia de sus parajes, la cercanía a la Antartida, solo 1000 kms., hacen de ella algo especial. Un lugar en el que sentirse vivo, respirar un aire puro, ver como anochece pasadas las diez de la noche. Su costa, su mar, su historia, el ambiente más sano que se nota. Eso sí, aparte de las maravillas naturales y la belleza de la propia ciudad con sus pendientes, creo que no se le saca todo el partido que se podría. Pero ese es otro tema que no toca tratar ahora. Llegados por la tarde noche, ya no había tiempo de hacer muchas cosas allí, por lo que nos preparamos para tener el día siguiente movido. A primera hora fuimos a contratar un tour que nos llevara al último faro del mundo (que tampoco es así, hay otro más abajo, pero no se puede visitar), nos enseñara de nuevo los sempiternos leones marinos, pájaros y desembarco en una isla con didáctica experiencia pero aburrida sobre indígenas que vivían hasta que llegaron los europeos. El tour, todo hay que decirlo, pese a algunas carencias fue entretenido sobre todo por la amabilidad de la tripulación, especialmente el capitán, y momentos de diversión con un grupo de hinchas de Chacarita, que lo pasaron de miedo.
Pero antes de aquello por la mañana nos dirigimos al Museo del Presidio. Un museo que como su nombre indica estaba dedicado, entre otras cosas, a recordar el penal que hubo en Ushuaia y al que se mandaban a los criminales más peligrosos a imagen de Australia, en una especie de destierro a ese inhóspito paraje, alejado de la metrópolis. El penal fue cerrado en 1947 y desde entonces se ha creado en las distintas galerías varios museos, excepto en la 5, cerrada, y en la 1, que continua igual que en aquella época. Y el ambiente es tétrico, lúgubre y triste. Pero al mismo tiempo es instructivo
y permite reflexionar sobre la utilidad de los centros penitenciarios o de reinserción. Multitud de historias encierran esas paredes. En otro orden de cosas, la obsesión de Argentina con respecto a las Islas Malvinas es notoria. En las paredes había fotos de las islas con todo absolutamente todo en inglés mientras abajo rezaba Malvinas Argentinas. No juzgo si son o no son, han sido o fueron argentinas o de quien fuera, no es mi cometido. Pero lo que queda claro es que hoy por hoy, y probablemente por siempre sean británicas. Creo que, igual que en el caso de Gibraltar, hay que pasar página. Aunque los réditos nacionalistas siempre suman adeptos a las causas.
El último día completo en Ushuaia nos quedamos en la ciudad, por el mal tiempo. A la mañana llovió lo que nos frenó de ir al Parque Nacional. Eso y el precio, y es que Argentina como ya he dicho en otras ocasiones se está volviendo un lugar prohibitivo. No solo es que haya que pagar por todo, es que los precios han subido en los últimos dos años, en algunos casos un 60%. Ese último día aproveché para comprar una mochila de día más grande, ya que la que llevaba se me había quedado pequeña. O más bien ya la había llevado pequeña, un gran error por mi parte. Por la noche hicimos un asado en el hostel con otros tres españoles que encontramos alojados allí y un argentino, con el que pasamos los momentos más divertidos de la noche. Un hombre que hacía bromas sin reírse, al más puro estilo Eugenio. Y para rematar encontrarnos con Pierre Paul Cayer, un canadiense de Quebec, que a sus 68 años terminaba, tras 2 años, 3 meses, 1 semana y 1 día, la ruta que había realizado caminando desde Alaska hasta Ushuaia. Todo un logro de un hombre que tenía la intención de seguir recorriendo mundo con sus piernas. Todo un ejemplo y todo un señor.