Sin duda antes de comenzar este viaje que me está llevando alrededor del mundo, el Salar de Uyuni era uno de los destinos estrella por las referencias que tenía. Es cierto que había varios por delante, y que la mayoría me ha sido imposible visitar, por motivos económicos principalmente. Pero eso no quita para que Uyuni sea una maravilla y de lo mejor mismo.
Como en otro avisé en otro post, la única manera de poder hacer este viaje es
con un tour organizado por una de las compañías que tienen su base en
San Pedro de Atacama. Hay varias opciones, de 2 días y 1 noche o de 3
días y 2 noches. Puede que haya alguna más rápida también pero la que me
interesaba era la más larga con tiempo para poder verlo todo. Y así por
la mañana empezó el viaje, primero a la parada en la aduana chilena, en
el propio pueblo y luego en la boliviana, ya en una buena altitud. Y es
que al final llegué a los 5000 metros en el refugio en el que pasamos
la primera noche. Los tour tienen capacidad para seis personas más el
conductor, y en el mío íbamos cinco, lo que redundaba en más comodidad. Y
menos mal porque entre las mochilas de más hubiera sido caótico. O más
de lo que fue.
Una vez pasados los trámites en la frontera cambiamos de vehículo y de
conductor. Ahora nos acompañaría todo el viaje el mismo hombre, Leo, un
boliviano de idioma quechua, como casi todos los habitantes de la zona.
Un hombre simpático y agradable que nos llevó y explico todo de la mejor
manera posible, y que además demostró ser un compañero bueno. Pero eso
lo contaré más adelante. Podría parecer que es un destino poco
transitado, pero al contrario, estaba lleno de gente lo que provocó un
pequeño retraso a la hora de sellar. Como siempre y parece que me quejo
por vicio, estaba lleno de gente y gente que no es santo de mi devoción.
Y explicaré por qué, puesto que en los viaje mucha gente piensa estar
en su casa, no respeta los lugares, no respeta las costumbres y no
respeta a la gente del lugar. Desde luego que no era todo el mundo ni
mucho menos, pero si que ese tipo de gente destaca negativamente. Suele
pasar también que el etnocentrismo que destilamos los países del llamado
primer mundo es ciertamente notorio. Eso y la endogamia que tampoco es
moco de pavo. En fin, cosas de la vida.
Las primeras paradas tras pasar por el preceptivo control de entrada a
la reserva, en el que hay que abonar una tasa, fueron la Laguna Blanca y
la Laguna Verde. Todas unas maravillas que nos adentraban poco a poco
en ese lugar casi virgen, lejos de toda explotación y que siga así por
muchos años, o siglos, o milenios. Después tocaba relax en unas aguas
térmicas muy relajantes, las de Polques en la Laguna Chaviri, pese a la
aglomeración de gente pareciendo aquello la piscina en verano. Lástima
de nuevo, pero es lo que tiene la globalización. Y al lado el primer
mercadillo de trueque entre gente de Argentina, Chile y Bolivia dada la
proximidad geográfica. Eso sí, que fuera trueque no significaba que no
te intentaran sacar un dinero si te acercabas a comprar algo. Está claro
que la pela es la pela, de aquí a Lima. Para acabar antes de ir al
refugio a comer y dejar el equipaje nos tocaba acercarnos a los Geysers
del sol de la mañana, con su olor característico a azufre y el calor que
emanaban en ese árido paisaje cercado por el humo.
Una vez comidos y con todo el equipaje guardado en lo que iba a ser
nuestra estancia durante esa noche, nos dirigimos ya a algo más de 5000
metros de altura a la última parada del día, la Laguna Colorada, la más
grande del lugar y otra maravilla para los sentidos con sus llamas y su
paisaje imponente llamado a relajar. Ya tocaba ir a cenar y descansar
pronto porque por la mañana tocaba levantarse temprano, y la no
cobertura, el no acceso a internet ni luz siquiera (solo durante unas
horas para recargar baterías) no dejaban lugar a muchas actividades.
El día dos amaneció de una manera harto peculiar, con discusiones y gritos. Acto seguido, Leo, el guía y conductor vino para decirnos que un compañero suyo que debía llevar a un grupo hacia Atacama se encontraba "indispuesto", y que si no nos importaba los llevaba y luego volvía. Tras hablar entre nosotros decidimos, pese a nuestra protesta, permitir que hiciera aquello y luego volver a recogernos. El plan era esperar a que se despertara el compañero y nos condujera lo más lejos posible hasta que Leo volviera y nos recogiera por el camino. Y eso pasó, se levantó un rato más tarde entre los vaivenes de la resaca, fue a vomitar y nos pusimos en marcha con cierta dificultad, máxime teniendo en cuenta que tenía miedo de que se cayera del techo del 4x4 al colocar el equipaje pese a que le ayudamos. Una vez en camino nos dirigimos a Laguna Colorada de nuevo, pero esta vez para verla por otro extremo, en una majestuosa vista y coronada por la presencia de varias llamas, alguna de ellas con una poco amigable mirada. Y es que unos extraños ahí en medio no deben ser muy agradables para ellas.
Aquí tenemos a las llamas pensando: ¡Ya están los guiris estos aquí!
Tras pasar un rato bien largo mirando a los animales o haciendo fotos, volvimos al coche donde el conductor ya se encontraba bastante más espabilado. Tengo que decir que Max se pegó esa gran fiesta la noche anterior porque era su cumpleaños, lo que nos depararía uno de los momentos más divertidos en nuestro siguiente destino, el árbol de piedra. Allí fue donde volvimos a encontrarnos con Leo, que en un tiempo record dejó a los otros pasajeros y se trajo a otros que tenían que estar con su conductor. En ese paraje fuimos testigos de un cumpleaños boliviano cuando se nos acercó otro de los conductores y nos dio un huevo a cada uno de nosotros para estamparselo al cumpleaño. Y a fe que todos los hicimos, algunos con gran virulencia y el pobre Max quedó embadurnado de yemas. Ya con nuestro conductor y tras unos problemas con el coche que nos obligaron a parar dos veces, fuimos al último lago que veríamos y acto seguido a comer en un área de servicio en un hotel-restaurante por ahí perdido. Luego, tras no poder ir a un volcán por el mal tiempo, fuimos directos al hotel de sal donde pasaríamos la noche en ese alojamiento que como su nombre indica, está hecho de sal. Bajo el frío que hacía allí por la noche pudimos dormir pronto para madrugar y ver la puesta de sol ya en el objetivo de la ruta, el Salar de Uyuni.
El hombre con resaca y bañado con huevos