Desde 1997, tras la devolución por parte del Reino Unido a la República Popular China de la última gran joya de sus colonias, Hong Kong, este pequeño territorio forma parte integral del gigante asiático aún manteniendo un estatus especial. Uno de los aspectos diferenciados es la existencia de fronteras [1] con la China continental.
En los últimos años se ha convertido en algo difícil conseguir un
visado para China si no se trae expedido por un consulado chino desde
el propio país de origen del viajero. Pero si uno se encuentra
de visita en Hong Kong y posee pasaporte español acceder a Shenzhen, la
ciudad fronteriza con la excolonia, es muy sencillo. Este visado [2] es
valido por cinco días consecutivos y se obtiene tras pasar la
inmigración hongkonesa. En mi caso opte por la frontera entre Lo Wu /
Luohu [3] por su amplio horario, desde las 6:30 hasta la medianoche, y por
llegar directo con el tren más conexión con el metro de Shenzhen. Pasada
inmigración hay que seguir el pasillo, girar a la izquierda, subir unas
escaleras y volver a girar a la izquierda. Se rellena un
formulario y se entregan una foto, el pasaporte y la tasa [4]. En menos
de dos minutos el pasaporte ya contiene el visado y solo resta pasar la
inmigración china.
Mientras arquitectónica y estructuralmente su parecido con otras ciudades continentales es notorio y no producirá ninguna sorpresa al visitante con experiencia, su proximidad a Hong Kong la ha permitido obtener cierto grado de limpieza y orden del que carecen otras. Este hecho de en cierto modo ser un lugar a caballo entre dos mundos le confiere cierto grado de distinción a pesar de su, en general, poco atractivo. No es difícil ver pasear por sus calles ciudadanos hongkoneses que se acercan para tomar masajes, comprar artículos a precios más baratos, pasar un relajado fin de semana o incluso trabajar para una firma hongkonesa establecida allí. Aunque se sigue oyendo cantonés [5], en gran parte gracias a ellos, el mandarín va ganando terreno debido a la llegada de habitantes de provincias lejanas, algo que en la provincia Hong Kong preocupa que se extienda. Las locuciones de la red de Metro son en mandarín, cantonés e inglés.
En cuanto a los puntos de interés los principales bajo mi punto de vista son los mercados de comida, auténticos templos de las diferentes gastronomías chinas, desde la local cantonesa, pasando por la picante de Sichuan o la musulmana uigur, las tiendas, aunque cada vez más fagocitadas por las grandes marcas omnipresentes en la vecina Hong Kong, los restaurantes repletos de celebraciones casi a cada momento o los locales de masajes a gran escala. Precisamente si uno quiere quedarse a dormir en la ciudad puede optar por hoteles de lujo, más baratos, hostels para viajeros o quedarse en uno de estos centros de masaje, que fue lo que elegí yo, con un menú compuesto por un masaje de dos horas, cama y wi-fi gratis, todo ello por menos de 30 euros al cambio.
A la hora de volver a la excolonia británica simplemente se traba de deshacer el camino andado, tomar la línea verde del metro hasta la mencionada para final Luohu y pasar los dos puntos de inmigración, trámite mucho más sencillo al no necesitar visado para acceder a Hong Kong. Conviene recordar que solo se puede estar los cinco días indicados en el visado y no se puede salir del área de Shenzhen, exponiéndose a sanciones si uno se aventura a ello.
[2] El nombre completo es Special Economic Zone Tourism Visa of the People’s Republic of China (Shenzhen SEZ).
[3] Lo Wu en cantonés y Luōhú en mandarín, 羅湖 en chino tradicional y 罗湖 en chino simplificado.
[4] En febrero de 2014 la tasa era de 168 yuan, alrededor de los 25 euros al cambio actual.
[5] A diferencia de Hong Kong, en Shenzhen como en el resto de China salvo las Regiones Autónomas, el mandarín es el único idioma oficial.
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