Tailandia es una de las joyas del
Sudeste Asiático, tanto por historia como por su privilegiada geografía,
propicia para el turismo dada la gran cantidad de playas que bordean la
gran parte del país. Pero también tiene un lunar y no es otro
que el llamado turismo sexual, una auténtica industria que mueve
millones de dólares cada año. En este contexto el lugar que
ostenta ser el más activo es Pattaya, una ciudad que parece en si misma
un gran barrio rojo, con multitud de bares, club de go-gos , locales de
striptease, de masajes o lo que uno pueda imaginar.
Cuenta la leyenda, la actual al menos, que Pattaya, una pequeña aldea de pescadores en los años 60 del pasado siglo, se
vio sacudida por la llegada de los primeros soldados estadounidenses
que iban a combatir en la Guerra de Vietnam. Estos muchachos
convirtieron aquella tierra paradisíaca de playa y mujeres bellas en su
lugar de relax. A partir de entonces se fue convirtiendo poco a
poco en lo que es hoy, una ciudad costera absolutamente llena de
turistas, tanto los más curiosos como los ávidos de sexo fácil y barato,
mucho más numerosos.
Personalmente más allá de la curiosidad que me suscitaba la ciudad y su cercanía, tan solo a unas 2-3 horas de Bangkok, no podría rescatar nada destacable.
Ni la playa que se encuentra en la ciudad propiamente dicha ni el
ambiente, ni obviamente la arquitectura, toda demasiado reciente para
ser considerada de algún interés. Al menos la escasez de edificios altos
restaba la sensación de agobio de una verdadera gran ciudad asiática,
aunque no se libraba uno del agotador tráfico mañanero e incluso
nocturno, el momento en el que se veía la Pattaya de verdad, más oculta a
la luz del día y llena de luces de neón y anuncios por doquier.
El epicentro de la ciudad, pero no única parte en el que el sexo es el negocio principal, es Walking Street,
una gran calle preferentemente peatonal llena de todo tipo de locales y
de todo tipo de chicas y ladyboys [1]. No es extraño ver pasear a hombres
europeos, americanos o australianos cogidos de la mano tanto de chicas
como de ladyboys, en algunos casos doblando -e incluso más- la edad de
ellas.
En dichos locales, sean bares o clubes, el funcionamiento es bastante
curioso. Aparte de las camareras, muchas chicas o ladyboys trabajan como
una especie de relaciones públicas sui generis. Su labor
consiste en alternar con el turista de rigor mientras beben copas,
pagadas por él, claro está. Si la chica decide irse con el cliente, este
deberá pagar una compensación al dueño del local por la ausencia de su
trabajadora. Lo que hayan acordado la chica y el cliente queda fuera de cualquier conocimiento, al menos aparentemente, del negocio. Esto provoca que sea difícil de probar que esta situación sea considerada como prostitución al menos de cara al local. En teoría son dos adultos que acuerdan irse juntos. De todas maneras la permisividad parece máxima.
En los últimos años se ha producido un
auge tanto del turismo ruso como de la apertura de negocios por parte de
miembros de dicha nacionalidad. No es difícil ver locales con
la bandera de la Federación Rusa, con carteles en dicho idioma o menús
escritos también en la lengua eslava. De esa manera los locales
con go-gos rusas suelen ser muy exitosos dada la diferencia y el
exotismo con respecto a las tailandesas. Como anécdota, un chico
mexicano con el que compartí un par de días de alojamiento me contó como
la noche anterior en un local regentado por rusos dejó una gran
cantidad de propinas en la ropa interior de las bailarinas debido a la
gran belleza de estas.
A pesar del ambiente sórdido y
decadente, en algunos momentos desolador y triste, recomiendo visitarla
para que cada uno pueda verla y juzgar por si mismo. Eso sí, no
considero necesario pasar más de dos días allí ya que ese tiempo será
suficiente para poder hacerse una idea. Lo dice uno que estuvo casi una
semana…
[1] Transexuales, llamadas Kathoey (กะเทย) en tailandés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario