domingo, 10 de noviembre de 2013

Monumentos y caos en Río de Janeiro


Después de dejar Sao Paulo con alguna cosa en el tintero, algo que en principio será moneda común en este viaje, largo y pequeño al mismo tiempo, me encaminaba en autobús nocturno a Río de Janeiro, la joya de la corona brasileña, su símbolo nacional con el Cristo Redentor al frente y las playas de Ipanema y Copacabana, tan conocidas e inmortalizadas en libros, películas y otros medios, siendo ya parte de la humanidad entera, hayan estado o no allí. La llegada, tras una noche en autobús no fue tan pesada como podía haberse esperado, al contrario, pues la estampa de Río, ciudad costera, da una energía al acostumbrado o al criado al lado del mar. La ayuda de una empleada de turismo, norma habitual de la gente brasileña, amable y dispuesta a ayudarte, nos llevó al autobús de camino a Río, que por 7 reales nos transportó cerca del albergue, aunque no todo lo cerca que debiera puesto que el chófer se pasó las indicaciones de su compañera por donde quiso. Aún así llegamos pronto al hostel, y mientras nos preparaban la habitación nos duchamos y decidimos visitar el Cristo Redentor. Aquí empezó nuestra odisea, y antes de ello un inciso. No sé si de aquí a tres años Río estará preparada, pero hoy por hoy es caótica, imposible, sin casi lineas de metro, los intercambios se hacen en las mismas vías, imagino que debido a la falta de ellas; circulan autobuses sin ton ni son, las indicaciones son insuficientes, y como muestra de ello, en un momento dado preguntamos a tres personas y nos indicaron tres líneas diferentes sin saber muy bien ni donde cogerlas ni la frecuencia.


Volviendo a la materia que nos toca, llegar al Cristo fue una odisea, divertida en todo caso. Tras coger un autobús del que no recuerdo el número, aunque de todas maneras lo mejor en Río es preguntar, llegamos al Tren del Corcovado, directo hacia la cima, pero para el que quedaban más de tres horas, ya que todos los asientos estaban vendidos, y es que el ser fiesta no ayudaba. En ese momento aparecieron al "rescate" los empleados de un servicio de furgonetas que te llevan hasta la entrada del circo por unos pocos reales más. Venciendo a la desconfianza nos encaminamos allí, tras una parada para admirar el Cristo y una panorámica de la ciudad carioca, incluido el helicoptero que te acerca al Corcovado y que aún siendo espectacular conmigo no podía contar, dado mi vértigo de clase alta. Una vez llegados arriba y tras la preceptiva compra de la entrada, por fin llegamos al Cristo Redentor, algo que sinceramente te deja sin aliento, y es que por algo es una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo Moderno, más allá de que siempre y en todos los casos las votaciones son eso, votaciones. 


Además de sentirte muy pequeño, por primera vez y no última en el viaje, la panorámica de la ciudad es espectacular, y es que si algo tiene Brasil es grandiosidad, tanto en el tamaño de sus ciudades, como de sus monumentos y playas, por ejemplo. También pude admirar desde allí el asimismo mítico Pão de Açúcar. Ahora solo quedaba la bajada, mucho menos motivadora que la subida, pero también algo liberadora, y es que la cima estaba irrespirable por la cantidad de personas de varios países y continentes, todas ellas en un espacio reducido y admirando la majestuosa figura, más allá de las creencias de cada uno, pues la estatua trasciende todo ello y es, en parte, de toda la humanidad. O así al menos debería ser.


Caminando una vez consumada la bajada, nos encontramos a una gran multitud de seguidores del equipo de fútbol del Flamengo comprando entradas en la sede social del club. Lástima no haber decidido comprar para verlo, puesto que al final el partido resultó ser contra el Fluminense en un derbi ciudadano más que interesante, aunque al final ganase el Fla por un ajustado 1-0. Otra vez será. Lo bueno de caminar por una ciudad en vez de coger un autobús u otro medio de transporte es poder saborear la ciudad, empaparte de la vida, alejado de las postales bucólicas y los estereotipos. Al fin esa es la "misión" de un viajero, el no quedarse con la "versión oficial" sino indagar un poco más en la idiosincrasia de los lugares. Pero el estar un par de días limita y mucho dicha visión, pero ya se sabe cuando uno realiza estos viajes.

 

De vuelta al albergue y al entrar en la habitación nos encontramos con un barracón bastante lamentable, sin enchufes, con bichos en el lavabo, un cuarto de pinturas dentro de la habitación y unas camas reutilizadas del Arca de Noé. Protestando conseguimos ser cambiados a una habitación mejor, con la desventaja de que si alguien venía a ducharse deberíamos permitirle el acceso ya que un corte del suministro en la ciudad provocó problemas en la distribución de agua. Uno sabe a que se expone en un albergue de este tipo, pero desde aquí siento decir que no recomiendo el Che Lagarto de Ipanema. Para compensar todo esto, me puse el bañador y me encaminé a Ipanema, en una tarde que empezaba a refrescar y es que al final tan solo me mojé los pies en el agua helada. Eso sí, me senté en la arena un buen rato y mirando al horizonte fue la primera vez en mucho mucho tiempo que me sentí liberado de las cargas que he llevado tanto tiempo, y que espero desaparezcan en este gran viaje.

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